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Un pueblo de promesa

Isaías 2:1-5 – Mateo 24:36-44 – Con los recuerdos todavía frescos mientras predicaba, el reverendo James A. Forbes Jr. reflexionaba sobre la devastación causada por los atentados del 11 de septiembre en la Ciudad de Nueva York. Recordó la multitud de gente que abandonaba Manhattan, personas de toda raza, etnia y clase, y vio en ellas el dolor y miedo que tantas otras personas habían enfrentado a lo largo de la historia. También observó una unidad extraordinaria entre el caos. \»Ahora son todos pobres\», observó.

La pobreza adopta muchas formas. Ser pobre podría significar el carecer de recursos materiales, tener dificultades para poner comida en la mesa. Ser pobre podría significar el carecer de relaciones significativas, el no sentirse bienvenido en ninguna mesa. Ser pobre podría significar el sentirse espiritualmente vacío, no sentirse bienvenido ni siquiera en la mesa del Señor. La filósofa Abigail Gosselin encontró en su investigación que la manera en que definimos el problema de la pobreza y sus causas determina cómo creemos que se debería solucionar. Si la pobreza es económica, la solución es económica. Si la pobreza es espiritual, la solución es espiritual.

Para el pastor Forbes, la pobreza va más allá de solo una carencia material, social o espiritual. Ser pobre, básicamente, es ser vulnerable; vulnerable ante los cambios económicos repentinos, la inseguridad en el empleo, la enfermedad o el desastre.

En un giro extraño en el Evangelio, Jesús compara la espera del reino venidero de Dios con la época antes del diluvio en el Génesis, cuando la gente \»comía y bebía\» sin pensar en el desastre inminente. Ésa es una vulnerabilidad que muchas comunidades conocen muy bien hoy en día. Recordar este riesgo no es un pensamiento agradable. Resulta muy extraño que Jesús comparase algo que deseamos —la venida del Hijo del Hombre— con algo que todos intentamos evitar: la devastación producida por un desastre natural.

En la analogía, Jesús nos recuerda nuestra vulnerabilidad. Justo cuando estamos listos para dividir el mundo entre nosotros y ellos, los salvados y los condenados, los acaudalados y los marginados, Jesús nos recuerda que ahora todos somos pobres. Sin embargo, fiel al mensaje del Evangelio, Jesús voltea al revés esa vulnerabilidad con una promesa. El pavor de un pueblo que espera la llegada del siguiente diluvio se transforma en la esperanza de un pueblo salvado por Dios. La vulnerabilidad de nuestra pobreza compartida se convierte en la seguridad de nuestra fe compartida en la promesa de Dios, descrita tan bien por el profeta Isaías como un tiempo en el que \»caminaremos a la luz del Señor\» (Isaías 2:5). Esta promesa se hace visible cuando acompañamos a nuestro prójimo en medio de la vulnerabilidad, confiamos en que la promesa de Dios es más fuerte que el riesgo que enfrentamos y que el fin de la vulnerabilidad no solo es posible, sino que está prometido.

Preguntas para la reflexión:

1) ¿Qué significa ser vulnerable?

2) ¿Cuándo has sentido la vulnerabilidad? ¿Cómo te ha fortalecido tu fe en momentos de vulnerabilidad?

3) ¿De qué maneras acompaña nuestra congregación a las personas en medio de su vulnerabilidad material? ¿De su vulnerabilidad social? ¿De su vulnerabilidad espiritual?

4) ¿Qué significa para nuestra congregación ser un pueblo de promesa en una época en la que \»ahora todos somos pobres\»?

Oración:

Dios de salvación, que te hiciste humano y cargaste con nuestra vulnerabilidad, quédate a nuestro lado en nuestra pobreza y abre nuestros ojos para ver el hambre y la pobreza de cada uno. Fortalece nuestra fe para que seamos un pueblo de promesa en todos nuestros ministerios. Usa nuestras manos, pies y palabras para hacer visible la esperanza en un mundo en el que todos somos vulnerables. En el nombre de tu hijo, Jesucristo, amén.

 

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